Ricardo Anaya se queja de un supuesto pacto entre Peña y Obrador; pacto del que no tiene prueba real alguna. De hecho, es a él a quien se le veía muy seguido en Los Pinos para llevar a cabo las “reformas estructurales” y nadie pensó en un pacto anticipado entre Anaya y Peña pues a todo esto se le llama acuerdos políticos; que para algunos eran los «pactos de la mafia del poder.» Es decir, es algo que pasa en el ideario colectivo cuando se ha difundido un estereotipo, una idea que es reiterativa, pero de la cual nadie tiene pruebas fehacientes.
Lo que sí es verdad es que Peña y Anaya trabajaron de la mano; que Anaya aplaudía a Peña Nieto en la presentación de las reformas; no ocultaba su fervor por ovacionar a Peña por la consecución del “Pacto por México.” Actualmente, a unos días de que llegue el 1º de julio, nos damos cuenta que su oratoria no fue suficiente para hacer despegar su candidatura. Alguien le debió de haber dicho que una campaña no puede depender únicamente de los debates. El equipo de campaña de Anaya estuvo más enfocado en tratar de hacer que el candidato «cayera bien» en vez de hacerlo ver como alguien que dijera la verdad.
Ahora, Anaya acusa de un “pacto” entre AMLO y el PRI para perjudicarlo, pero de lo que el aspirante presidencial no se da cuenta es que su candidatura no tenía oportunidad desde que esta se lanzó tan tarde y en medio de una división interna. La coyuntura política, económica y social no le daban vacante, es decir, la opción siempre fue de dos: continuidad o cambio; la primera la representa Meade y la segunda, López Obrador. Lo cierto es que la propuesta de Anaya está fracasando en colocarse como la opción de «cambio» y hay una zona gris, donde tampoco se puede desmarcar de la «continuidad» que implicaron los 12 años panistas previos a Peña Nieto.
Ahora, si a Obrador le está yendo bien es porque no cometió los errores de otros años, ahora ha jugado un papel «jocoso y redentor» en vez de «beligerante e intransigente.» Por otro lado, es obvio que una campaña de casi 20 años tendría muchas ventajas de posicionamiento, frente a candidatos que fueron posicionados en la palestra presidencial en medio de crisis internas de sus respectivos partidos. Algunos analistas y sobre todo el ala calderonista del PAN perciben a Anaya como si fuera un «niño berrinchudo» al que se le debe dar una «lección,» los ataques en su contra no han sido gratuitos ni fortuitos, son una clara venganza de los enemigos que cosechó en este trayecto que está a punto de culminar.
Que alguien le diga a Anaya que no, probablemente no sea el pacto lo que le está orillando a la derrota. Es el enojo de la ciudadanía y la falta de capacidad de su equipo de campaña para entender como maniobrar con ese enojo enardecido. En el tercer debate, muchos vieron a un Meade mucho más enfocado que Anaya, pues este último dedicó mucho tiempo a estarse tratando de desligar de las acusaciones en su contra y peleando con los demás candidatos, tiempo perdido que sólo lo hacía ver como su crítica versa: como si fuera un niño haciendo berrinche. Eso no le gustó a mucha gente que estaba considerando darle su voto.
David Lorenzo Cayetano
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM
@DavidLorenzoC
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