En menos de una semana, en tres actos emblemáticos, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha evidenciado lo que tanto se le ha señalado: no tiene o no quiere escuchar a su asesor en comunicación política.
Aunque la comunicación política importa, antes el presidente necesitaría ir a los fundamentos básicos de la comunicación humana, si no quiere que su capital político, a poco más de cien días de su mandato, se extinga con la misma intensidad que logró los votos del pasado proceso electoral en donde prácticamente arrasó.
Tanto en el megaabucheo en la nueva casa de los Diablos Rojos, como en su nuevo desliz con la ridícula petición de disculpas a España por la Conquista; y nuevos abucheos y manifestaciones en su contra, en su propia tierra, Tabasco, el mandatario ha evidenciado errores imperdonables de la comunicación no verbal.
Los errores no verbales del Presidente:
- Su actitud corporal refleja su actitud ante la vida. Su cuerpo no muestra equilibrio, firmeza ni apertura. Frecuentemente se contrae, se abastrae a sí mismo con un autoabrazo, cerrándose en una paradoja quinestésica que, a menos de un año de gobierno, le resta valor y receptividad ante la audiencia.
- No cuida su aspecto. Aún viste como candidato, y esto contrasta amargamente en su contra con sus dos colegas antecesores. Si el aspecto nos dice cómo nos vemos a nosotros mismos y qué creemos que somos capaces de hacer, pues resalta que el traje le queda grande, no es a su medida.
- Aunque la puntualidad era hasta hace poco una de sus fortalezas, sus llegadas tarde ya se hicieron costumbre. Su rechazo a los medios de transporte presidencial lo determina respecto a su propio código moral, pero no en el sentido de que la puntualidad como funcionario es la evidencia de lo poco que respeta a los que lo esperan. Que no se le olvide al presidente que los ciudadanos le dedican tiempo de su trabajo y su vida. Además, es una fehaciente muestra de que el presidente no es una persona tan organizada como solía presumir, más bien le gusta improvisar.
- Su movimiento es impreciso. Le falta decisión en su andar. Su kinestesia al hablar es supina y sus movimientos son, a estas alturas, predecibles como su propio discurso.
- No escucha. Basta con observar los gestos que dibuja en su rostro cuando oye las preguntas de los periodistas en la conferencia matutina. Tampoco contesta de forma serena: o se mofa o se enoja.
- Opta por una actitud defensiva. Así como sus simpatizantes incondicionales en redes sociales, ante las críticas el presidente pierde el control de sus reacciones y le cuesta muchísimo trabajo aceptar los comentarios de sus errores. En su inteligencia emocional no existe la asertividad.
- Su emoción se desborda en el tono de su voz. Se le siguen acumulando situaciones frustrantes e irritantes, ante las cuales el presidente ha demostrado que no domina sus emociones. En lugar de utilizar un tono de voz convincente y tranquilo, opta por la gritería, su repertorio predecible de peyorativos y por la confrontción contra sus eternas quimeras: la mafia del poder, la prensa fifí y los conservadores.
Carlos Campos
Periodista, docente e investigador por la UAQ y por el ITESM.
Es autor del libro “Alevosía” (disponible en Amazon)
Escribe en El Diario de Querétaro
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