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Andrés Manuel López Obrador

El pecado de empadronar desgracias

La paternidad del discurso de odio que actualmente permea en la sociedad mexicana recae cien por ciento en el titular del Ejecutivo federal.

Miguel Angel Sosa
Miguel Angel Sosa

Negar lo anterior, sería no darle el suficiente crédito al esfuerzo constante que ha puesto el presidente López Obrador por dividir a México y, al mismo tiempo, amasar una gran cantidad de poder.

Es común escuchar voces que señalan de forma constante a los “culpables” que gobernaron en épocas pasadas, a nombres repetidos hasta el cansancio por la injuria y que la actual administración trae atravesados a media garganta. Cabe recordar que esos “culpables”, por cierto, estuvieron activos en tiempos cada vez más lejanos a las crisis de este 2022.

Lo cierto es que la polarización no es culpa de aquellos que precedieron a MORENA, quienes según el gobierno obradorista fueron los que saquearon, ensangrentaron, boicotearon y arruinaron al país. Hoy, la realidad abofetea a la cuatroté mientras sus maromas pierden agarre, día con día se pierde legitimidad ante la inoperancia que la gente percibe en cualquier esquina, en cualquier barrio o colonia.

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Pero ante la falta de respuestas siempre se esconde bajo la manga el as de justificación banal, escenario de una lastimera unción de mentiras que pretende desviar la atención hacia los espectáculos más inesperados que resultan del uso de la famosa caja china legada por el PRI.

Sin embargo, el dinero a carretadas compra conciencias, se aprovecha del hambre y la marginación, y ante la paupérrima realidad es evidente que no les interesa resolver los problemas de quienes menos tienen sino administrar su desgracia. “Los pobres votan al igual que todos y con ellos nos basta para ganar elecciones”, debe de ser alguno de los mantras de la seudo izquierda moderna.

El régimen empadrona las desgracias y, de paso, canjea las pocas ilusiones de los ciudadanos a cambio de migajas que solo sirven para apuntalar ese castillo, lugar oscuro en donde vive el maniqueísmo selectivo y el populismo incendiario de quienes hoy gobiernan al país.

La división es tal, por culpa de quienes la promueven desde Palacio Nacional, que se ahonda con el uso de recursos públicos que patrocinan las campañas de odio y la segregación de los que el gobierno considera grupos contrarios a sus intereses. “Primero los pobres”, decían en campaña… Y sí que cumplieron, porque hoy hay muchos más en México.

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El costo de las peleas auspiciadas desde el poder es altísimo, se ve en los círculos familiares, escolares y laborales. La unidad es algo que parece extinto en un país como el nuestro que siempre se caracterizó por la solidaridad y la suma de esfuerzos.

Aunque se empeñen en hacerlo, tarde o temprano el baluarte de unidad mexicana hará su aparición. El pueblo bueno al que el presidente acaricia con desdén desde la burbuja de su autoproclamada superioridad moral, tiene fecha de caducidad y eso no depende de pesos, ni becas, ni regalos… sino de resultados.


 

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